Criar
Juan
Vasen
En
las Inconsistencias apoyarse.
Paul Celan
Esta
reflexión intenta aportar a un pensamiento sobre las modalidades
actuales de criar y educar. Prácticas de crianza, formación y
cuidado determinantes y a la vez determinadas desde lo epocal. El
“piso” de estas prácticas fundantes de la subjetividad no ha
sido el mismo a lo largo de la historia. Y ahora parece que se mueve…
Ayer
En
sus albores la descendencia humana no alcanzó un estatuto que la
diferenciara sensiblemente del hecho biológico El pasaje que la
llevaría desde la cría al hijo es inseparable de la configuración
de una dimensión adulta cada vez menos accesible. En las hordas
primitivas los chicos participaban al unísono con los grandes de
tareas y rituales, todos como hijos de dioses y tótems. A medida que
los adultos comenzaron a tomar parte del destino en sus manos,
inscribieron, ya como padres‚ a sus crías en la condición
universal de hijos.
El lenguaje constituyó la materia de ese
puente entre los adultos y sus cachorros. Una brecha que ya no se
llenaba solamente por vía madurativa. El período de indefensión se
fue extendiendo a medida que los circuitos instintivos quedaban en
falta. La fijeza se debilitaba para dar cabida a una variabilidad de
experiencias que requerían para su transmisión soportes ya no
genéticos, sino culturales.
Las crecientes posibilidades de que
fuera garantizada su subsistencia, hicieron de los niños soportes
más consistentes de los anhelos de trascendencia. La inversión
educativa, material y simbólica, que supone la transmisión, es
correlativa de la libidinal. La infancia es hija contradictoria del
narcisismo parental y, al unísono, de las determinaciones históricas
que lo posibilitan.
El arte medieval anterior al siglo XII,. era
“incapaz de representar un niño salvo como un hombre en menor
escala” (2). Es Durero quien realiza el primer estudio de las
proporciones corporales del niño. Tampoco las palabras que
representaban al niño lo hacían de modo discriminado. “Garçon”
era equivalente tanto a niño como a criado. Recién a partir del
Renacimiento se hace posible pasar del estatuto de hijo al de
niño.
El siglo XVIII es el punto angular para la formación, en
Occidente de una “esfera” infantil. Separados trabajo y vivienda,
a la infancia se le asignan espacios propios donde permanecer. Surgen
los cuartos de los niños y las plazas de juegos, así como una
vestimenta particular que diferencia más nítidamente edades y
también a las nenas de los varoncitos. Comienza la masificación de
los juguetes y el auge de una literatura específicamente
infantil.
De la gran casa feudal llegamos este hogar-nido‚ un
remanso de paz, pero, también de intrusión. La presión de la
socialización comienza a abarcar todas las expresiones vitales del
niño y determina así, en última instancia, las reglas de decencia
que convienen. Y esto significa determinar, al mismo tiempo, las
fronteras del juego. En este sentido el combate contra la
masturbación fue un paradigma por los niveles de crueldad que
alcanzó. Se convirtió en el punto de arranque para la eliminación
de la actitud “indeseable” que entraña, a saber: la
autosuficiencia y el placer del juego con el propio cuerpo. Ambas
costumbres debían rechazarse por improductivas. La entrega al
disfrute del momento entraba en contradicción con la actitud de
previsión sistemática, a largo plazo, con que la ascética burguesa
en ascenso quería derrotar a la decadente moral de la
aristocracia.
Pero, una vez consolidada como clase, el objetivo
predominante de la burguesía pasó a ser la estimulación de la
”industriosidad”. Más que coartado, el juego debía ser
instrumentado. Entonces, a través de una pedagogía de la simulación
de determinadas operaciones sociales, se impuso el “como si”. Más
que ascéticos, los pequeños debían ser hábiles, optimistas,
comunicativos y conocedores de las cosas prácticas; moderados,
flexibles, adaptables y diestros en fin en el trato social. A las
niñas se las entrenaba para el rol de recatadas esposas y futuras
madres.
Un
piso que se mueve
Perdimos
estabilidad,
no sabemos de que lado,
vamos a quedar
parados.
Andrés Calamaro
La
familia compartió, en Occidente y durante siglos, su espacio
formativo con la iglesia. Actualmente ocupa un escenario decreciente
en relación a otros ámbitos de socialización formales (escuela) e
informales (medios masivos de comunicación).
Una niñita
preguntaba a su mamá mientras veía el programa de Galán:
-“Mami,
para casarse, ¿hay que ir a la tele?”
Esta vivencia de
disolución de la familia es registrada por algunos pensadores de
nuestro tiempo, como George Duby: “Así la familia pierde
progresivamente sus funciones que hacían de ella una microsociedad.
La socialización de los niños ha abandonado totalmente la esfera
doméstica. La familia deja pues de ser una institución para
convertirse en simple lugar de encuentro de vidas privadas”.
Parecería que si la familia ya no es lo que era, ya no es. Lo que
nos dificulta inteligir sus transformaciones.
Familia y escuela,
como instituciones creían ser “fundadoras” de diferentes marcas
generadoras de distintos tipos de lazo social. Esta función
determinante velaba su condición de determinadas por la sociedad, la
cultura y la época. Y lo que ha cambiado en el pasaje de la
modernidad a la que solemos llamar post-modernidad es la relación
entre los estados nacionales y el mercado internacional. Podemos
apreciar el reflejo de esta situación en la tapa de nuestros DNI
donde formar parte el Mercosur como consumidor esta por encima de ser
ciudadano argentino. Este contrapunto ciudadano-consumidor con el
creciente predominio del lazo que el consumo instituye marca aquel
pasaje. Y lo hace porque produce dos subjetividades distintas. La
instituida por el estado y la instituida por los medios y el consumo.
Si antes los estados se proponían ser naciones y regular sus
mercados internos formando ciudadanos futuros para el ejercicio de
esas funciones, ahora los estados ya no saben ser naciones y tampoco
saben si quieren. Esta determinación que podría considerarse
“exterior” y lejana a los niños de hoy produce efectos
trascendentes tanto en la escuela como en la crianza. Lo que antes
parecía instituido sólidamente pasó a ser un piso de
características fluidas como el movimiento de los capitales, que se
mueve. El consumo es una práctica instituyente de subjetividad,
desbordante y difícil de limitar. No sólo en otros, en cada quien.
Una práctica que aparenta incluir pero en rigor excluye y fragmenta.
Si los ciudadanos son iguales ante la ley, los consumidores son
claramente desiguales según su capacidad adquisitiva. El consumo
(mediado por la publicidad) produce marcas que también marcan y
establecen formas de linaje. Una desesperada pertenencia ante una
licuadora excluyente. Si hasta los más pobres al acceder al consumo
se desesperan por mostrar las marcas a las que pueden acceder tal
como ocurre en las “villas” con los jovencitos que venden drogas
y se visten con las mejores marcas de ropa o zapatillas.
Las
relaciones que el consumo instituye no igualan pero simetrizan. No
hay que construir un saber estructurado como en la escuela, no hay
que esperar a ser grande. El consumo es ahora. La. inundación de
gadgets lleva a una suerte de homogeneización y borramiento de las
diferencias entre niños y adultos en relación a los consumos. “Los
juguetes de los niños de hoy son también los “juguetes” de los
adultos. Y los juguetes de los adultos (teléfonos móviles, laptops,
autos, iPods, etc) – tienen cada vez más un diseño infantil”.
Si los chicos juegan a ser grandes porque hay una distancia a
recorrer y un deseo de hacerlo cuando ésta se instaura, y si los
grandes juegan como chicos (peor en realidad pues los chicos son
mucho más rápidos para absorber las novedades). ¿Por qué crecer
?
Por otra parte, esa incidencia del consumo nunca ha alcanzado
tanta intensidad. Se ha instaurado una especie de insaciable “carrera
armamentista” en la que juguetes cada vez más caros envejecen cada
vez más rápido. Como los autos y los celulares. Y nos hipnotizan, a
los que consumimos y a los que quedan con la “ñata” contra el
vidrio.
La publicidad es quien se encarga de dar imagen y
significación a las marcas que marcan ese territorio profundo que
llamamos ingenuamente “uno mismo” donde parecen haberse alojado
no sólo las huellas de experiencias vitales sino también las marcas
de las marcas comerciales. Nuestra subjetividad ya no alberga
solamente los arrorroes y mimos, los olores y las voces, los nombres
y apellidos. También ha sido colonizada por las marcas. Horadada la
roca moderna del hogar nido, nuestra intimidad se ha tornado cada vez
más ex-timidad.
James McNeal describe en su libro de marketing
para niños el proceso de socialización en la sociedad de consumo de
un modo contundente: ”Cuando llega el momento en que el niño puede
estar sentado derecho se lo instala en su puesto de observación
culturalmente definido: el changuito del supermercado.” Luego,
dice, caminará a un costado.
Claro que criar en el consumo no es
fácil. Ir al “súper” hoy, para muchos, tampoco. Si no resiste
la miseria, resisten los padres. Paciente, McNeal alecciona: “A
menudo sucede que los padres no hagan caso o rechacen la demanda de
sus hijos. Los niños pueden tener problemas con esas reacciones.
Puede haber enfrentamientos, discusiones, palizas y rabietas, todo lo
cual puede resultar fastidioso para ambas partes. Hay maneras de
prevenir esos resultados y maneras de manejarlos, en particular si
los padres confían en la ayuda de los comerciantes interesados”.
Si
en la modernidad los padres eran los agentes de socialización
primaria de los niños ahora, en cambio, la publicidad asume la tarea
de “educarlos” a ambos simetrizando a padres e hijos para que
hagan carrera como consumidores. Casi un post-grado. Una maestra
comentaba hace poco: “Los medios son otro maestro en el aula”.
En
familia
-“A
mi me crió la televisión”
Nicolás
Hace
muchos años Robert Young protagonizaba una serie de gran audiencia
televisiva: “Papá lo sabe todo”. Por esa época el cabo Rusty,
casi un niño, integrado al la estructura de un ejército adiestraba
y domeñaba a su fiel amigo animal Rin tin tin. Un saber supuesto e
hipertrófico y el dominio sobre lo irracional a partir de la
integración a una estructura jerárquica eran el modo de estructurar
relaciones.
En la actualidad la figura paterna más popular es
Homero Simpson que sabe menos de casi todo que su opinador hijo Bart.
Y éste lejos de integrarse a una estructura jerárquica que lo ayude
a controlar sus desbordes cuestiona y desnuda las hipocresías y el
manojo de intereses que determinan aspectos de su crianza y
educación. La palabra paterna pasó de hipertrofiada y solemnizada a
devaluada. El linaje, hijo de oficios y de lo que se produce empieza
a estar cada vez más ligado a las marcas y a lo que se consume.
La
desintegración familiar manifiesta por la precariedad habitacional,
ocupacional, o las exigencias de la supervivencia velan que hay otras
formas de des-integración más sutiles. Aquel hogar nido se ha
convertido en un multi-espacio (cuando hay lugar) donde se
intersectan -no necesariamente se comparten- vidas privadas. Los
rituales familiares se ven jaqueados por las solicitudes mediáticas.
Pensemos sino en la cantidad de veces que se suele tener que llamar
al ritual de la cena a quienes están “ocupados” por el chateo,
la televisión o la música. La exogamia también se abre camino por
estas vías.
Con un agregado. Los semejantes pierden consistencia
ante esta mediatización. Un niño le dice a su padre cuando frena en
una esquina: “Papá, si pisamos a la viejita ganamos un bonus de
mil puntos”. Una niñita resiste la orden de ir a dormir que le
imparte su madre mientras mira desde la ventana de su casa a una
pareja que pone pertenencias en el techo de su auto que esta a punto
de ser arrastrado por una inundación: “Mamá, esperá un poco que
quiero saber como termina…!”. Era el pedido de una espectadora
curiosa, no de una niña angustiada por la suerte de los inundados.
En
la escuela
-Vos
crees que cuando vaya a buscar trabajo me van a pregunta
que nota
me saqué en instrucción cívica? Juan la escuela educa
muy bien
para la escuela.
Pablo 16 años
En
apariencia hay escuelas, hay edificios y maestras, pero todo funciona
de otra manera. La escuela moderna educaba al soberano futuro,
ciudadano que se hará representar. Era una escuela que formaba.(el
término alemán bildung marcó ese rasgo) ciudadanos. De ahí
instrucción cívica.. Ahora la escuela capacita para ingresar a un
mercado. Para qué entonces el civismo, la historia, incluso la
gramática? Para qué estudiar si, según Castoriadis , los títulos
se pueden comprar?
Antes la escuela era fuente única de
formación. Ahora se ha convertido casi casi…en una empresa entre
otras que provee de habilidades y opiniones para su venta en el
mercado laboral. Antes se trata del a-lumno al que habia que
iluminar, una especie de página en blanco. En su lugar los chicos,
hoy usuarios de servicios educativos, vienen a desaprender.
Si
antes se trataba de esperar, el consumo no espera. Si se trataba de
igualar (guardapolvos mediante) ahora lo importante es “estar
primero”. Si antes un maestro, aún desconocido, era esperado con
respeto por su investidura, en el aula, ahora puede serle necesario
ingresar cuerpo a tierra para no ser alcanzado por los proyectiles.
El saber estructurado, la investidura del maestro (junto con la del
estado y del padre), han caído. La norma pasa a ser una opinión
más. Y esto merece un análisis y, a la par, una autocrítica.
Los
chicos, no sólo uno como en el cuento, sino casi todos señalan a
las fuentes de autoridad y saber con el dedo y les dicen que están
desnudos. Cómo crear respeto y, mejor aún, confianza desde ese
incómodo lugar?
Antes la consistencia de la autoridad aplastaba y
el chico se escapaba (“rateaba”) o se rebelaba y transgredía.
Ahora ante la inconsistencia se dispersa, fragmenta y se aburre. Y
actúa. No por rebeldía, por vacío.
Desnudos
y exigidos
“El
cuerpo humano no es una estructura ni muy eficiente ni muy
durable,
Con frecuencia funciona mal (…) Hay que reproyectar a
los seres humanos, tornarlos más compatibles con sus
máquinas
Stelarc
Desde
esa desnudez, en que nos han dejado muchas de las instituciones (pero
también de las caretas) caídas, Qué hacer? O tal vez qué no
hacer? Haber perdido pie lleva a una nostalgia de lo que no fue, a
buscar algo rígido que nos sostenga, que emparche las investiduras
caídas o desgarradas. Y sobre todo la autoridad devaluada. De allí
la impotencia y la depresión cuando no los estallidos de cólera
impotentes cuando no es posible marcar la subjetividad de hijos y
alumnos de acuerdo a valores y modos de relación que son vividos por
sus receptores como obsoletos. Se trata de comenzar a construir algo
más firme, no más duro. Se trata de partir de la confianza en
camino a la reconstrucción de una autoridad con autoría y no como
mímica vacía, mero discurso de orden, eco de papagayos.
Sólo
podremos desmarcarnos del consumo cuando podamos, en la crianza y en
la escuela, establecer nuevas marcas. Y cada época hace (de) las
suyas. Convendría no olvidar que en estos tiempos hay niños que
enfrentan presiones sobrehumanas de eficiencia. Expectativa casi
robótica ante la cual Tiempos Modernos podría pasar por una
película filmada en cámara lenta. Ellos son sujetados a un
marcapasos social que suele asumir un ritmo cocaínico. El les impone
las pilas para que puedan andar a mil. Con lo que no sólo dejan de
ser niños, casi dejan de ser humanos.
Habrá que hacerle caso a
Stelarc? Habrá llegado el tiempo de una post-infancia? ¿Modo de
producción subjetiva de post-mocosos? ¿Tiempo de constitución de
lo maquinal en lugar del momento fundante de lo infantil?
¿Sustitución del lapsus por la falta de batería? ¿Del juego por
la programación? ¿De la intimidad velada por el automatismo
expuesto? ¿De la aventura de hacerse la película por el goce de ser
espectador de la ya hecha? ¿Se destituirán los espacios de juego?
¿O la niñez tal como la conocemos? ¿Será ésta la tendencia? No
estaremos ante una metaforización de una crianza que reemplaza
trascendencia por baterías? ¿No será que los niños corren el
riesgo de de “muñequizarse”? ¿No será que en lugar de
ponernos, ponerse, ponerles las pilas se trata, en cambio, de
sacárselas?
Preguntas que se suscitan ante la presión
eficientista y consumista que convierte a cualquier área de la vida
en algo que debe medirse en términos de rendimiento. La modernidad
ha alimentado la fantasía de que todas las problemáticas pueden ser
redefinidas en términos técnicos y resueltas con recursos
provenientes de las ciencias. Inteligencia Artificial, la película e
Spielberg “muestra” como una familia reemplaza a un hijo en coma
Terminal por un androide que se le parece. Es verdad que se trata de
ciencia ficción, pero no es menos cierto que ésta se va
convirtiendo casi en crítica costumbrista. Tal vez no estamos tan
lejos de enfrentarnos, como afirma Rudiger Safranski, a la necesidad
de: “…luchar por el derecho a “ser nacido” en lugar de “ser
fabricado”. Con motivo del décimo aniversario de El fin de la
Historia Francis Fukuyama escribió en el diario El País de Madrid
una afirmación que no debiera, por su extravagancia, caer en saco
roto: “El carácter abierto de las actuales ciencias naturales
indica que la biotecnología nos aportará, en las próximas dos
generaciones, las herramientas que nos permitirán alcanzar lo que no
consiguieron los ingenieros sociales del pasado. En este punto
habremos concluído definitivamente la historia humana, porque
habremos abolido los seres humanos como tales. Y entonces comenzará
una nueva historia posthumana”. La antropotecnia nos confronta, ya,
con el desafío de defender nuestro derecho al azar y la
contingencia.
Los soportes institucionales que hacen al niño
tienden a ir ausentándose de la escena, pero hay interrogantes,
procesos y dimensiones de la subjetividad que pueden mantenerse a
cierto resguardo de la intrusión descarnada del presente. Siempre y
cuando haya padres y no “sponsors” o botellones de clonación.
Siempre y cuando haya procesos de subjetivación y aprendizaje
mediados por humanos y fundados en anhelos de trascendencia, y no
hipnopedia.
En la producción de esa clase de riqueza no virtual
que son los seres humanos, no hay manera de emanciparse totalmente de
esas viejas conexiones de la ternura y la palabra. Se seguirán
creando nuevos puestos para el trabajo de la crianza -más allá de
las probetas- que estará en manos de padres que son los
insustituibles agentes de una doble función. De inscripción erógena
y simbólica por un lado, pues son ellos quienes marcan con aquellos
“arrorroes y mimos” pero también transmiten en tanto sujetados
al inconsciente sin saberlo o sin quererlo, lo que los excede o lo
que los hace padecer. Y, ala vez son quienes coadyuvan a metabolizar
y metaforizar eso inscripto, por otro. Eso inscripto por ellos o a
través de ellos. Pero también a pesar de ellos o sin ellos, por la
sociedad la cultura y la época tanto más cuando la situación de
los padres como transmisores está en desventaja frente a otras
fuentes de inscripción, como hemos intentado resaltar en este
ensayo. Lo inscripto requiere ser ligado libidinalmente. Esto es lo
que ocurre por ejemplo cuando una mamá amamanta y acompaña ese
estímulo placentero con el sostén, arrullo, mirada, caricia. O
cuando un reto paterno es acompañado por una explicación acorde, o
cuando se comparte una película ayudando a un niño a entender e
incorporar lo que sino sería vivido como un cuerpo extraño. De las
condiciones de inscripción y de las vías abiertas para su
elaboración surgirá, en el mejor de los casos, un ser que puede
jugar y podrá jugarse. Y aunque no podamos “penetrar los esquemas
divinos el universo”, nadie debiera disuadirnos de crear, tal como
Borges nos sugiere, “esquemas humanos, aunque nos conste que éstos
son provisorios”.
Publicado
en El Monitor de la educación 2006.